Las guías turísticas no hablan de él y, quizás, es mejor que siga siendo así. El parque de El Capricho es uno de los recintos verdes más tranquilos de Madrid y, también, uno de los más bellos. Esta isla de paz situada en un extremo de la ajetreada ciudad ocupa 14 hectáreas en la Alameda de Osuna (Barajas).
Su superficie está repleta de vegetación silvestre, entre las que discurren riachuelos y canales que van a parar a un lago con patos y otras aves acuáticas. Los caminos que penetran entre los frondosos árboles invitan a perderse por el parque y descubrir alguna de las construcciones de estilo romántico que salpican el recorrido: la Casa de la Vieja, la pequeña ermita, la casa de baile, el templete, el puente de hierro...
La duquesa de Osuna, María Josefa Pimentel (1752-1834), se encaprichó (de ahí el nombre del recinto) con la idea de crear un parque de recreo en los terrenos de su propiedad. Ordenó crear estanques, canales de agua y caminos para agasajar a los invitados que acudían habitualmente a las fiestas que organizaba en sus tierras.
Durante la Guerra de Independencia sirvió de campamento para los franceses (aún queda alguna construcción de la época) y en los años sucesivos se construyeron nuevos edificios y se plantaron más árboles. Ahora es propiedad del Ayuntamiento y los caminos que antes sólo disfrutaba la nobleza se han abierto al público en general.
La desventaja (según se mire) de estos jardines palaciegos en miniatura es su lejanía del centro de la ciudad. Para acudir en transporte público hay que coger la Línea 5 de Metro, bajar en la estación de El Capricho y caminar un tramo por un descampado hasta llegar a la puerta del recinto.
Su superficie está repleta de vegetación silvestre, entre las que discurren riachuelos y canales que van a parar a un lago con patos y otras aves acuáticas. Los caminos que penetran entre los frondosos árboles invitan a perderse por el parque y descubrir alguna de las construcciones de estilo romántico que salpican el recorrido: la Casa de la Vieja, la pequeña ermita, la casa de baile, el templete, el puente de hierro...
La duquesa de Osuna, María Josefa Pimentel (1752-1834), se encaprichó (de ahí el nombre del recinto) con la idea de crear un parque de recreo en los terrenos de su propiedad. Ordenó crear estanques, canales de agua y caminos para agasajar a los invitados que acudían habitualmente a las fiestas que organizaba en sus tierras.
Durante la Guerra de Independencia sirvió de campamento para los franceses (aún queda alguna construcción de la época) y en los años sucesivos se construyeron nuevos edificios y se plantaron más árboles. Ahora es propiedad del Ayuntamiento y los caminos que antes sólo disfrutaba la nobleza se han abierto al público en general.
La desventaja (según se mire) de estos jardines palaciegos en miniatura es su lejanía del centro de la ciudad. Para acudir en transporte público hay que coger la Línea 5 de Metro, bajar en la estación de El Capricho y caminar un tramo por un descampado hasta llegar a la puerta del recinto.